Milagros y mente

 

 

La materia es producto de nuestra mente, como colectivo principalmente.

 

Si alguien está muy evolucionado a nivel espiritual, esa persona tendrá capacidad para cambiar la materia que la rodea al instante, podrá crearla o transformarla, a pesar de que la materia que la rodea pueda ser producto del consenso de la mente de muchas personas. Para ello es necesario una capacidad de visualización muy clara, intención, emoción, seguridad y fe en uno mismo.

 

Esto nos lo han mostrado en ocasiones esos hechos que llamamos milagros y que impresionaron a nuestros antepasados tanto como para recordarlos. 

 

Por cierto, muchos de los milagros que se nos narran en las religiones son falsos y se introdujeron por competencia entre religiones, para demostrar que un personaje era superior a todos los demás o para impresionar a sus creyentes; por ello no son muy fiables.

 

Creo que son más fiables los hechos recogidos de algunos seres de los que llamamos santos capaces de hacer milagros, pues aquí no se necesitó inventar milagros para demostrar superioridad de una religión sobre otra (todas las religiones importantes tienen sus santos milagreros).

 

Creo que muchas de estas personas milagreras pudieran haber tenido una experiencia de casi muerte* (ECM) a través de la cual comprendieron que todo esto es una experiencia mental y que ellos eran una parte del juego mental, convirtiéndose en una parte inusual de este juego, o personas que tuvieron una o más experiencias místicas y así se dieron cuenta de que Todos Somos Uno y desarrollaron un gran amor por cada ser viviente, incluso por los seres humanos que le rodeaban  que habían elegido prestar su mente a la negatividad, al mal, a pesar de haberla podido prestar al bien. Se habían dado cuenta de que todos somos hermanos y hermanas.

 

 
El Libertario
 
*es impresionante la cantidad de sucesos paranormales que suceden frecuentemente alrededor de algunas personas que experimentaron una ECM convirtiéndose en algunos casos en personas capaces de detectar en un momento el componente que causa una avería eléctrica o electrónica tan solo con el concurso de su mente (aparatos que dejan de funcionar a su paso, luces que bajan de intensidad a su paso, etc.)
 
 
 
 
 

KAREN Y MIKE – Constantes en los hechos “milagrosos”

 

Karen había ido a visitar a su familia que vivía en las montañas de Colorado acompañada de su novio Mike. Puesto que el camino no estaba bien señalizado el hermano de Karen los esperó en el pueblo cercano para guiarlos. Ya estaba bien entrada la noche cuando iniciaron el ascenso a la montaña. Como el hermano de Karen conocía muy bien el camino, avanzaba velozmente. Mike a menudo veía que las luces traseras del otro coche desaparecían de su vista en medio de la oscuridad, por lo que debía apresurarse para no perderlo. En consecuencia, aceleró tanto que no pudo tomar una curva que se le apareció de improviso. Un instante después el coche en el que iba la pareja se precipitó en la negrura del abismo.

 

Karen recuerda que se sintió muy tranquila, casi divertida, al caer. Por una parte sabía que las personas que se despeñan desde las Rocallosas no sobreviven, pero por otra, estaba convencida de que todo saldría bien. Dice haber entrado en un estado de conciencia alterado donde predominaba la calma y cierta extrañeza.

 

El tiempo pareció alargarse y muchos pensamientos cruzaron por su mente. Bueno, se dijo irónicamente, será por esto por lo que aconsejan siempre llevar puesto el cinturón de seguridad. Se dio cuenta de que ni ella ni Mike lo llevaban puesto, pero esta idea fue desplazada por otra: ese detalle no podía importar en una caída de semejante magnitud. Pese a que la lógica indicaba que estaban a punto de morir, sentía una confianza total en que todo se solucionaría.

 

Y aunque parezca extraño, se solucionó. El coche cayó en medio de un pequeño lago con la profundidad suficiente para amortiguar la caída. Cuando se aquietaron las olas producidas por el impacto, Karen y Mike descubrieron que el agua llegaba justo hasta debajo de las ventanillas. Al ver que unos hilillos de agua empezaban a filtrarse por las puertas, ambos se subieron al techo y allí, abrazados y felices, empezaron a cantar para pasar el tiempo.

 

Muy pronto un automovilista divisó las marcas del patinazo, que llegaban hasta el borde del barranco, y se detuvo para comprobar qué había pasado. Karen y Mike lo llamaron a gritos en medio de la penumbra y el hombre bajó a ayudarlos. Poco después una grúa sacaba el vehículo del lago. No había sufrido daños, hasta el punto que arrancó sin dificultad.

 

La gente de la zona que se había reunido en el lugar del accidente quedó doblemente asombrada. En primer lugar les costaba creer que Karen y Mike hubieran sufrido una caída tan espectacular y no presentaran ni un rasguño. Pero hubo otro detalle que los sorprendió: si bien todos pasaban a diario por allí, nadie había reparado hasta ese momento en que se hubiera formado un charco de esas dimensiones.

 

¿Podría tratarse de milagros?

 

Muchas personas han vivido situaciones de gran peligro y gracias a que en aquel momento entraron en un estado de conciencia alterado pero muy sereno, las cosas salieron bien.

 

Algunas de las personas con las que hablé atribuían una significación espiritual al hecho de que se hubieran salvado, mientras que otras no barajaron siquiera la posibilidad de que se debiera a otra cosa distinta que a simple buena suerte.

 

Pero todos reconocieron sin dudarlo ese estado alterado*, extrañamente sereno, como de quien toma distancia del episodio. Algunos le encontraron cierto rasgo jovial a la situación, mientras que otros experimentaron confianza en sí mismos, compasión o la sensación de los guiaba una fuerza benévola y superior. Sin embargo, todos coincidieron en que habían experimentado una peculiar sensación de distancia emocional acompañada por la convicción de que, por alguna razón, todo habría de salir bien. En unos pocos casos la sensación de miedo o enojo compitió con la de paz, pero la mayoría se mostraron sorprendidos por la falta de temor.

 

MILAGROS, El libro de los casos - Carolyn Miller
 
*el hecho de entrar en pánico parece facilitar los acontecimientos negativos
 
 
 

 

SAM Y JIM – Creación de las condiciones adecuadas para el “milagro”

 

Sam estaba terminando su doctorado en psicología cuando descubrió que le había vuelto a aparecer la misma extraña enfermedad autoinmune que casi lo había matado diez años antes. Después de un sinfín de pruebas, una mañana el médico le informó de que su única posibilidad de sobrevivir era ingresar de inmediato en un hospital para que se le practicara un tratamiento intensivo de quimioterapia.

 

La vez anterior había pasado seis meses en el sanatorio, y la perspectiva de someterse a otro tratamiento martirizante le resultaba intolerable. Al meditar sobre los caminos que le quedaban, su primera reacción fue preguntarse: ¿Por qué Dios me hace esto?, aunque luego acabó aceptando la enfermedad. Al fin y al cabo, se dijo, este es el único universo de Dios y ¿quién era él para indicarle al Creador cómo debía gobernarlo? Llegó entonces a la conclusión de que, en definitiva, sería Dios, y no el médico, quien decidiera si habría de vivir o morir, y le hizo saber a su facultativo su decisión de no someterse al tratamiento.

 

Habiendo tomado la decisión de dejar su suerte en manos de Dios, se sintió extrañamente en paz. Aguardó con una sensación de sereno desapego el desarrollo de los acontecimientos. Un día en que su hijo menor había ido a visitarlo, Sam pudo dejar de lado sus preocupaciones y ponerse alegremente a preparar con él una comida india que a ambos les encantaba.

 

Esa noche, Sam recibió una llamada de un hombre a quien conocía superficialmente a través de un amigo común. El hombre en cuestión, un psicólogo de nombre Jim, le dijo que se había enterado hacía tiempo de que padecía una grave enfermedad, y que desde hacía varias semanas oía dentro de su mente una voz que le ordenaba ir a ofrecerle su ayuda para sanarlo.

 

Jim dijo estar estudiando las lecciones sobre milagros de “Un Curso de Milagros” y daba por sentado que lo que oía era la voz del Espíritu Santo. Según explicó, no había llamado antes porque le pareció que no tenía mucho sentido y además sabía que Sam era sumamente escéptico a las sanaciones espirituales. Sin embargo, ese día en particular la voz había sido más intensa, y decidió hacerle caso para que no lo importunara más.

 

Sam quedó atónito por la coincidencia que había entre su decisión de dejar en manos de Dios la posibilidad de vivir o morir y en el inmediato ofrecimiento de curación espiritual que recibió. Años atrás él también había leído brevemente los libros de Un Curso de Milagros, que alguien le había regalado, aunque no le impresionaron demasiado. En su condición de judío, le costaba mucho relacionarse con la terminología cristiana. Además, como científico que era, la idea central de enseñar a las personas a realizar milagros le parecía descabellada. Sin embargo, en las actuales circunstancias pensó que no tenía nada que perder, y tal vez que ganar, si recibía a esa persona. No entendía por qué el Espíritu Santo (si es que existía) podía mostrarle tal deseo de ayudar a un judío que ni siquiera creía en él, pero no costaba nada aceptar el ofrecimiento y ver qué pasaba.

 

Fue así como Sam y Jim se encontraron en diversas ocasiones durante el curso de varios meses. Si bien Jim en principio intentó transmitirle su energía, la mayor parte del tiempo que estuvieron juntos la pasaron en encendido debate sobre la idea de que Sam estaba creando su propia enfermedad en el nivel inconsciente. Cuando Sam empezó a percatarse de cómo sus habituales pensamientos negativos estaban influyendo sobre su salud, modificó su manera de pensar, y llegó un momento en que su mal tuvo una remisión. Meses más tarde había recuperado la salud.

 

 Si bien el ofrecimiento de la sanación sugiere la idea de obtener ayuda de alguna fuerza sobrenatural, la sanación misma dependió del cambio de actitud de Sam. Si se hubiera aferrado obstinadamente a su escepticismo, no habría llegado a comprender cómo él mismo iba creando su propia enfermedad y tal vez no habría habido sanación. Jim lo alentó a reflexionar sobre su problema de manera distinta, y al hacerlo, Sam probablemente se curó solo. El único elemento sobrenatural puede haber sido la voz interior que instó a Jim a ofrecer su ayuda.

 

 

  Crear las condiciones adecuadas para el milagro

 

Los relatos sobre personas que se salvaron ayudan a entender por qué muchos de los que oran pidiendo milagros no los reciben. En primer término está la cuestión del estado alterado de serenidad, la actitud de tomar distancia. Al igual que Sam, parece ser que todas las personas que se beneficiaron de un “milagro” adoptaron, de un modo u otro, una actitud de entrega y reconocieron que el estado final no estaba en sus manos.

 

En todas estas historias hay un elemento de entrega personal que las diferencia de cualquier relato de aventuras.

 

Esa actitud de abandono logró que esas personas superaran el temor y alcanzaran una paz interior que parece ser una condición necesaria para que ocurra el milagro. Ya hemos visto ejemplos de personas que se salvaron pero que primeramente tuvieron que luchar contra su miedo. Si bien sintieron la intensa tentación de dejarse dominar por el pánico, se esforzaron por razonar con claridad y procuraron seguir el consejo de su guía interior. Hasta ahora no tengo noticia de ninguna persona que se haya salvado después de entregarse al miedo o de creer que su ira estaba justificada. Quienes no son capaces de superar su conmoción interior y alcanzar un estado de serenidad mental, al parecer no consiguen miagros.

 

MILAGROS, El libro de los casos – Carolyn Miller
 
 
 
 
 

SERENIDAD Y MILAGROS

 

Un ejemplo:

Encaramada en el tejado de su casa, Bette, una alumna de Carmela*, observaba cómo tomaba forma una de sus peores pesadillas: se había originado un incendio en unos matorrales y el fuego avanzaba rápidamente hacia su casa. Lo que unos minutos antes no era más que un humo lejano se había convertido en una importante lengua de fuego que devoraba todo lo que se interponía en su camino.

 

Bette seguía empapando sin parar el tejado de su casa con una manguera, pero cuando los bomberos se dieron por vencidos y guardaron todo su equipo, aparentemente lo único que quedaba por hacer era evacuar el lugar cuanto antes. Los tejados cercanos pronto quedaron vacíos; los vecinos pusieron sus pertenencias más valiosas en sus coches y se marcharon deprisa, haciendo chirriar las ruedas. Bette se dio cuenta de que a esas alturas sólo un milagro podría salvar su casa. Ella había estado formándose acerca de los milagros con Carmela, y rápidamente tomó una determinación: “Si vamos a necesitar un milagro, será mejor que se produzca uno pronto”.

 

Corrió hacia el teléfono para llamar a la oficina de Carmela. Le contestó Jan, la secretaria. Bette le explicó que necesitaba ayuda urgentemente y colgó para volver corriendo al tejado y seguir echando agua hasta el último momento.

 

Carmela estaba en su casa cuando Jan la llamó para transmitirle la demanda de Bette. La secretaria le explicó la situación a toda prisa y le preguntó:

 

-¿Entonces puedes hacer un milagro y detener el fuego?

-Haré todo lo posible –respondió Carmela-. No cuelgues.

 

Lo que sigue es el relato de la propia Carmela de su participación en esta catástrofe:

 

   Dejé el teléfono por un momento y comencé a meditar. Cuando me conecté con la situación en el nivel de la conciencia superior, visualicé llamaradas de un color naranja brillante que arrasaban la zona de matorrales y avanzaban hasta las casas. Al parecer, la brisa de la tarde las impulsaba a toda velocidad. Entonces me di cuenta de que el principal problema era el viento.

 

   Siempre me he sentido muy cercana a las fuerzas de la naturaleza y al viento en particular. En esta emergencia, me pareció lógico recurrir a los espíritus elementales relacionados con el agua, el fuego y el viento, y solicitar su colaboración.

 

   En mi imaginación, llamé a los espíritus de la naturaleza y les hice ver el sufrimiento que el fuego causaría a Bette y a sus vecinos al destruir sus casas. Les pedí que nos ayudaran si el salvar las casas era realmente para el bien de todos. Luego esperé a ver cómo respondían.

 

Al principio, parecía que no pasaba nada. Pero después, mientras yo seguía contemplando la escena en mi imaginación, el viento cobró forma física y se convirtió en dos manos gigantescas que recogieron las llamas, como alguien que recoge una melena para hacer una cola de caballo. Al quedar atrapado por las “manos” del viento, el fuego ya no pudo seguir avanzando, y en ese momento vi que el frente principal del incendio se paraba ante las casas. Pasados unos minutos, el agua formó un círculo azul alrededor de la zona afectada. Tomé es teléfono de nuevo y le dije a Jan que creía que la situación estaba controlada. Mi reloj marcaba las cuatro de la tarde.

 

De un modo como nunca antes había ocurrido, la brisa costera de la tarde dio un giro de ciento ochenta grados durante los cinco minutos en que Jan y Carmela mantuvieron la conversación telefónica. Esto hizo que el fuego se replegara y lo mantuvo controlado. Los bomberos, que se habían retirado para formar una nueva línea de defensa en la otra ladera de la montaña, aprovecharon la oportunidad y extinguieron el incendio. Desde su tejado, Bette sintió que el viento cambiaba de dirección y observó cómo se detenían las llamas a unos treinta metros de su casa, precisamente a las cuatro de la tarde. Al día siguiente, el periódico local publicó un extenso artículo sobre el sorprendente desenlace. En él citaban los comentarios del jefe de bomberos a propósito de la “buena suerte” de que el viento hubiera cambiado e inmovilizado el fuego a las cuatro en punto.

 

La pregunta que espero que se haga el lector es: ¿por qué fue necesaria la ayuda de Carmela? Si es verdad que no existen personas especiales, ¿por qué ni Bette ni Jan pudieron hacer lo que hizo ella? Según Carmela, podrían haberlo hecho, pero no se daban cuenta de ello.

 

Si Bette creía en los milagros, quizá todavía no se consideraba capaz de producirlos ella misma. Tal vez no podía vencer el miedo como para llevar su mente al estado alterado que Carmela llama “consciencia superior”. O tal vez simplemente creyó que en su caso no sería posible.

 

Sin embargo, Bette recordó que existían “otros recursos” y pidió un milagro. Como estaba totalmente preparada para recibirlo, pero era incapaz de sumergirse en el estado de serenidad necesario para proyectarlo, creo que su potencia superior la impulsó a recurrir a Carmela. Vemos entonces cómo la incompleta “capacidad de recibir milagros” de una persona se puede complementar con una mayor convicción de otra.

 

MILAGROS, El Libro de los Casos – Carolyn Miller
*maestra en temas de cómo hacer milagros cada uno de nosotros
 
 
 
 
 

ES IMPORTANTE NO JUZGAR PARA QUE SE PRODUZCAN MILAGROS

 

Los individuos que usan técnicas de meditación para evitar que su mente se identifique con su yo descubren que, cuando lo consiguen, el juzgar ya no tiene sentido para ellos. La iluminación espiritual se manifiesta, en parte, como una actitud de aceptación general y de reverencia por todos los seres. El hecho de evitar totalmente juzgar permite a la persona iluminada amar sin reservas y sin reproche alguno a sus antiguos enemigos.

 

Esa es precisamente la conciencia que advertimos en las personas que lograron salvarse de una situación de peligro: no juzgan, y brindan un amor incondicional incluso a quienes están a punto de asesinarlas.

 

El hecho de no juzgar nos pone en la órbita del milagro, porque esta actitud implica que somos capaces de no identificarnos con la constante perspectiva atemorizada y resentida del yo. Según los místicos, los cambios drásticos que se operan dentro de la ilusión física y que denominamos “milagros” son producidos por un cambio mental mediante el cual expresamos un amor incondicional.

 

Puesto que el mundo no es más que una ilusión proyectada por nuestra mente, la mente serena proyecta un mundo igualmente sereno. Así, la persona dispuesta a aceptar a todos como correctos, contempla una ilusión física que de pronto vuelve a ser correcta. Cuando perdonamos, la “traición” de un amigo se convierte apenas en un malentendido sin importancia.

 

Una mente serena rápidamente consigue dominar un automóvil a punto de despeñarse, y quienes no exageran la importancia de un diagnóstico negativo a menudo descubren que este había sido innecesariamente pesimista. De este modo, el amor incondicional redime al mundo del dolor y las tinieblas.

 

Si el miedo es el inevitable resultado del hecho de emitir juicios, cuando alguien se entrega al amor incondicional, su miedo debería desvanecerse instantáneamente.

 

El estado “esclarecido” o “iluminado” puede durar apenas unos segundos, pero en esos instantes la persona no siente el menor temor. Su convicción de que el universo es, en definitiva, un sitio seguro y bondadoso se proyecta en su experiencia física, y eso produce un giro milagroso de los acontecimientos que convierte la pesadilla en un sueño con final feliz.

 

MILAGROS, El Libro de los Casos – Carolyn Miller
 
 
 

 

Margaret Baucom, de Shreveport, Luisiana, que trabajaba de enfermera privada, había estado cuidando a un anciano durante varias noches seguidas. En general, su turno terminaba alrededor de las siete, pero la esposa del hombre se había despertado temprano una mañana y le dijo a Margaret que se podía ir a su casa, ya que necesitaba recuperar algo de sueño. Margaret salió en su coche de la casa en medio de la niebla, tan cansada que se olvidó de pulsar la cerradura automática de puertas. Bostezando decidió que no iría por la autopista, sino que regresaría por la ruta más lenta.

 

- Esta pasaba por una parte peligrosa de la ciudad; sin embargo, yo supuse que nadie estaría levantado a las cuatro de la madrugada -dice.

 

Margaret se equivocaba. Adormilada, condujo por la gastada y mal iluminada avenida; después se detuvo en un semáforo detrás de otro coche. Casi de inmediato, se abrieron las cuatro puertas y Margaret vio a tres hombres jóvenes que se bajaban. Lentamente, comenzaron a acercarse a ella, con gestos amenazadores.

 

El corazón de Margaret comenzó a latir acelerado. ¡Tenía las puertas de su coche sin cerrar! i Y aunque se le fuera la vida, no podía recordar dónde se encontraba el interruptor automático!

 

Todo parecía suceder como en una película de cámara lenta. - Como si la película o el disco se estuviera deteniendo -dice Margaret. Frenética, pensó en dar marcha atrás o en acelerar a fondo y atropellarlos. No obstante parecía paralizada por el miedo. -Dios, ayúdame… -Fue todo lo que Margaret atinó a murmurar.

 

Al instante, dos enormes focos brillaron justo detrás de ella, como si un grandioso camión de dieciocho ruedas hubiera estacionado a milímetros de su paragolpes trasero. Las luces brillaban de tal forma que envolvían su coche y parecían inundar de luz toda la avenida. Margaret miró las vidrieras de los negocios, el estacionamiento que estaba a varios metros adelante…; todo estaba bañado de luz.

 

- Era más brillante que lo que mostró la televisión en los bombardeos de la guerra del Golfo -dice.

 

¿Cómo podía ser eso? No había oído que se acercara ningún camión, ningún ruido de motor que se aceleraba o que hacía un cambio. Y a pesar del poderoso resplandor que había detrás, la noche estaba completamente tranquila.

 

¿Cómo podía ser eso? No había oído que se acercara ningún camión, ningún ruido de motor que se aceleraba o que hacía un cambio. Y a pesar del poderoso resplandor que había detrás, la noche estaba completamente tranquila.

 

- Levantó las manos, casi en gesto de disculpas hacia la luz -dice Margaret-, y retrocedió para subirse a su coche. -Los otros entraron de un salto y el vehículo salió a velocidad y dobló en la siguiente esquina haciendo chirriar las ruedas.

 

Margaret se dejó caer en el respaldo de su asiento, casi llorando de alivio. ¡Todo había sucedido tan rápido! ¿Había sido un sueño? No, las luces aún estaban allí atrás. Lentamente aceleró y se alejó de la esquina.

 

El par de focos la seguían, iluminando la noche con un brillo que era casi… celestial. Margaret comenzó a sentirse serena, protegida, casi bendita. Y, sin embargo, no había ningún sonido detrás de ella.

 

Cuando llegó a la zona de bosques, vio que las luces en silencio giraban hacia la izquierda y desaparecían. Unas pocas manzanas más y ella estaría a salvo en su hogar.

 

- Temblaba, casi era un temblor santo, y mi marido se dio cuenta de que algo importante había sucedido -recuerda Margaret. Ella le contó sobre su llamado cercano.

- ¿Dónde dijiste que dobló el camión? -preguntó Bob.

- Justo en el bosque. -Margaret describió la escena. Bob meneó la cabeza. -Fue así, Bob -insistió-. Lo vi doblar a la izquierda.

 

Una expresión maravillada apareció en el rostro de Bob.

 

-Margaret, nada podría doblar allí. No hay ningún camino cerca de los bosques.

 

Margaret aún se pregunta qué es lo que vio el conductor del automóvil que pretendió atacarla aquella noche. Jamás olvidará los focos silenciosos, rápidos que aparecieron como "una luz en su camino."

 
 
 

 

JOAN  WESTER  ANDERSON - CUANDO  SUCEDEN  LOS  MILAGROS